La obstinada tenacidad de un sólo hombre fue quizá el elemento determinante para que la edición de los Juegos de la XXI Olimpiada moderna se otorgasen a Canadá. Jean Drapeau, que era entonces el alcalde de Montreal, no cejó desde el año 1966 en su empeño en conseguir los Juegos para el patronazgo de su joven, rico y vigoroso país.
La ciudad de Montreal ofreció al festival olímpico el mayor complejo deportivo conocido hasta entonces, con un cómodo y majestuoso Estadio con capacidad para 70.000 espectadores sentados, un gigantesco parking cubierto, el más grande del mundo y unos terrenos de competición protegidos de la nieve y el hielo por un gigantesco techo escamoteable, sostenido por una torre de 160 metros de altura. La triste y dramática experiencia terrorista que se había sufrido cuatro años antes en los Juegos de Múnich hizo que se dedicase una especial atención a la seguridad de los atletas y dirigentes deportivos. Para este fin fueron movilizados 15.000 hombres especializados.
De nuevo las circunstancias políticas, hicieron mella en los Juegos y unas desafortunadas declaraciones del Presidente del Gobierno canadiense, Pierre Trudeau, sobre el no reconocimiento de la China de Taiwan, provocó la amenaza de Estados Unidos de retirarse de los Juegos1. Pero más grave fue la disyuntiva en que colocaron al Comité Olímpico Internacional algunas delegaciones Africanas, solicitando la exclusión de Nueva Zelanda por haber jugado un equipo de este país unos encuentros de rugby con equipos de Sudáfrica, país excluido del COI por su política racista.
El COI se mantuvo firme, manifestando que la participación en los Juegos era voluntaria y que aquél no era el momento oportuno para presentar problemas sobre exclusión, pues la gran fiesta de la juventud del mundo había comenzado ya. Ante estas declaraciones, 24 países africanos se retiraron de los Juegos Olímpicos y en la soledad de la Villa Olímpica, destacados atletas de fama mundial como Akii Bua o el plusmarquista mundial de los 1.500 metros Filbert Bayi, enjugaron sus lágrimas de decepción antes de regresar a sus países sin haber tenido la posibilidad de competir. Los atletas, que tras largos meses de entrenamiento e ilusiones debían olvidarse de sus sueños de triunfo que durante tanto tiempo habían perseguido, no llegaban a comprender el arbitrario proceder de sus representantes que, de forma injusta, les privaron de la competición, la más noble ambición del trance deportivo2.
De esta manera, que resultó tan injusta para los atletas cuya única aspiración era medirse con los de los demás países del mundo, el escenario olímpico volvía a ser pantalla de reivindicaciones ajenas al olimpismo, aunque de alguna forma relacionadas con sus postulados democráticos e igualitarios, pero, en todo caso, de ejercicio tan inadecuado como extemporáneo. Era también en el terreno estadístico una consecuencia del largo pulso sostenido por la República Sudafricana con el resto del África negra desde que, en 1961, el Partido Nacionalista se hizo con el poder en porcentaje absoluto y radicalizó, mediante leyes, sus directrices raciales y segregacionistas. Desde entonces los países democráticos no han visto con buenos ojos el régimen de Pretoria, condenando de forma directa o indirecta su sistema o premiando a sus opositores o detractores, como fue la entrega del premio Nobel en 1960 a Albert John Lutuli, destacado dirigente del Partido Africano Nacionalista, declarado ilegal en el país3.
El COI condenó el apartheid de Sudáfrica, excluyéndola de los Juegos de Tokio y, tras un paréntesis de teórica avenencia, ratificó su decisión de expulsión en la Sesión de Ámsterdam en 1970. Por este motivo esta delegación Africana no sería invitada a Montreal, pero pese a su ausencia, la saña de sus opositores ha de llevarles a buscar alguna relación contaminante de aquélla con terceros, como será el caso de Nueva Zelanda, por cuyo fútil motivo desencadenaría el boicoteo.
A finales de noviembre de 1985, el Presidente del COI, Juan Antonio Samaranch, dentro de su periplo Africano en el que visitó todos los Comités Olímpicos del continente ratificaba en Cotonou (Benín) la postura sancionadora del COI con la esperanza de que Sudáfrica abandonase su injusto apartheid para ser jubilosamente admitida en el seno de la gran familia olímpica. En cierta medida, el boicoteo de Montreal respondió más que a una justificación lógica, con posibles resultados positivos en su finalidad, a un calculado afán político de notoriedad que ulteriormente sería desaprobado y criticado por el Consejo Superior de Deportes de África. Este Consejo, como supremo organismo continental del deporte, estimó que jamás debió haberse producido la escisión Africana, ya que con ello se causó más perjuicio que beneficio a la causa que en un principio se pretendía defender4.
En cualquier caso toda la larga serie de conatos de boicoteo a los Juegos Olímpicos que por desistimiento o por exclusión habían tenido ya antecedentes en las ediciones de 1920, 1924, 1928, 1936, 1948, 1952 y 1956 se materializaron ahora en Montreal de forma palpable y dolorosa con trascendencia de escándalo. Pero lo que resultó más triste e irritante dentro del concierto del fenómeno olímpico es que la postura adoptada en 1976 por el bloque Africano, y que fue en muchos ambientes europeos reticentemente comentada como propia de visiones tercermundistas, fue ulteriormente seguida en las ediciones siguientes por bloques de países que encabezados por los respectivos líderes de contrapuestas ideologías, tomaron parte activa en tan absurda decisión. En ese caso, ya sí sólo fue una pura motivación política, pues a los Africanos les asistía, además, dentro de su también absurdo proceder, al menos una motivación de defensa racial.
La consolidación de la anacrónica medida del boicoteo olímpico hace pues presencia efectiva y generalizada en Montreal con lúgubre presagio como antecedente de lo que en las dos Olimpiadas sucesivas habrá de acontecer. Voces autorizadas se levantaron a nivel mundial contra la nueva plaga de instrumentalización política de la gran fiesta olímpica ante tendenciosas facciones ansiosas de manipular sin escrúpulos éticos y en un desierto de monumental ignorancia una institución autónoma independiente y libre, no sólo de la partidista visión política de los distintos gobiernos, sino incluso del COI, CON's o F.I.’s por ser sólo patrimonio exclusivo y excluyente de la juventud del mundo. De medida ineficaz, ilegal, cínica y disparatada la calificará John Cheffers, pues el boicoteo político inspirado en motivos nacionales o locales y dirigido contra la participación de otros países, suprimió el criterio individual y a la vez los derechos de libertad de sus ciudadanos. Es sostener con ello —decía— en contra de las normas olímpicas, que los resultados deportivos individuales pertenecen a los gobiernos. Es admitir que la política nacional ha de primar sobre la convicción individual de la participación olímpica. Por ello el uso de los Juegos Olímpicos para fines políticos es un acto de cinismo empedernido, pues los boicoteos afectan directamente al alma de los Juegos y podrían ser el factor más decisivo de su muerte, lo que provocaría, en otro sentido, el absurdo epílogo para quienes los utilizan y explotan, pues con ello harían desaparecer el espectacular e inocente escenario de sus mezquinas demostraciones.
Medallas de los Juegos de la XXI Olimpiada - Montreal 1976
Los Juegos de Montreal pecaron de colosalismo inacabado. Los avanzados y costosos proyectos arquitectónicos, previstos para el acontecimiento deportivo, chocaron en su realización con el fantasma desequilibrador de las huelgas calculadas. Por este motivo, que ninguno de los organizadores supo prever, el presupuesto inicialmente fijado llegó al fin casi a quintuplicarse.
Una de las causas que provocó el desbordamiento imprevisto de los planes iniciales en cuanto el presupuesto global fue que los obreros, gracias a las huelgas, llegaron a cobrar fabulosos salarios que rondaban las 480€ semanales. El encarecimiento causó un déficit tan elevado que los canadienses debieron seguir pagando hasta el año 2000 la deuda generada por sus Juegos, que en balance final, superó los mil millones de dólares, suma superior al coste total de la edición precedente5.
Antorcha del los Juegos de la XXI Olimpiada - Montreal 1976
El traslado del fuego olímpico para los Juegos canadienses, tuvo importantes innovaciones técnicas. Después de ser alumbrado en Olimpia con el ritual tradicional, la llama fue trasladada en carreras de relevos hasta Atenas, llegando al Estadio Panatinaikos a las 21:36 del día 15 de julio, portando el último relevo el campeón griego Kostas Kostis. A las 21:50 hora griega y 14:50 de Montreal, Angela Simota, atleta canadiense de origen griego, acercó la llama de la antorcha a un captor que, tomando partículas ionizadas, las transformó en impulsiones codificadas que, trasmitidas vía satélite hasta Otawa, accionaron un rayo láser que devolvió instantáneamente el fuego a su forma original6.
La innovación tecnológica propia de la ficción científica hará exclamar ilusionado al primer ministro canadiense Pierre Trudeau:
«Si los griegos de la antigüedad hubiesen podido asistir a esta transformación instantánea de la llama, hubieran visto en ello sin duda alguna una intervención de los dioses. Jamás con anterioridad en unos Juegos Olímpicos se había hecho nada semejante ni ha estado tan presente e inmediato el espíritu de Grecia».
El último relevo del fuego dentro del Estadio, lo realizó por primera vez en la historia olímpica una pareja, integrada por Sandra Henderson de Toronto (15 años) y Stephan Prefontaine de Montreal (16 años) que, en representación de las dos lenguas y razas que integran la joven y poderosa nación americana, llevaron en conjunta y compasada carrera, el fuego hasta el gran pebetero del Estadio. La unión de estos dos atletas para tan importante trance quizá motivó otra unión más duradera que la pareja afrontó al contraer matrimonio7.
Pebetero Montreal 1976
Una violenta tormenta desatada el 22 de julio apagó el fuego, que quedó extinguido entre las 13:35 y las 14:57. Un solícito empleado del Estadio lo alumbraría de nuevo…, con su mechero, pero éste será otra vez apagado para volverlo a encender con el fuego de repuesto traído de Olimpia.
La jornada inaugural de los Juegos de Montreal se desarrolló con la solemnidad tradicional y, mientras las danzarinas de los conjuntos trenzaban sus artísticos bailes, un streaker paseó su reivindicativa protesta, desnudo de ideas y de ropa, hasta que la policía, teniendo que llegar al centro del Estadio, lo tapó, lo retiró y lo detuvo.
Amik - Mascota de los Juegos de la XXI Olimpiada - Montreal 1976
La figura de Montreal será Nadia Comaneci, la niña rumana de catorce años, de rostro triste y cuerpo esbelto y delicado, que desafiando los condicionantes de las dificultades técnicas que conlleva su compleja especialidad, consiguió el insólito registro de siete dieces en gimnasia, lo nunca visto ni pensado. Otra frágil figurilla, la rusa María Filatova, con sus quince años, treinta kilos de peso y 1,33 cm de altura, cautivó también a los espectadores canadienses durante sus intervenciones gimnásticas.
Nadia Comaneci (RUM)
El finlandés Lasse Viren realizó la proeza de doblar el triunfo de 5.000 y 10.000 metros lisos por segunda vez consecutiva, estando a punto de igualar la hazaña de Zatopek, no conseguida al fallar en maratón. El atlético boxeador cubano Teófilo Stevenson, venció en la categoría de pesados, obteniendo con ellas el récord de cien victorias antes del límite, y su compatriota Alberto Juantorena, El Caballo, se impuso con autoridad en los 400 y 800 metros lisos. En la otra cara de la moneda, el esgrimidor soviético Boris Omischenko fue descalificado por tramposo, al descubrirse un complicado artilugio que insertado en el puño de su espada, le daba puntos inexistentes8.
Alberto Juantorena (CUB)
La capital austriaca de Innsbruck vuelve a ser sede olímpica, después de 14 años, organizando los XII Juegos de Invierno. La Unión soviética es la gran triunfadora en conjunto, adjudicándose un total de 27 medallas, 13 de oro, 6 de plata y 8 de bronce.
La alemana federal Rosi Mitermaier consigue dos medallas de oro en slalom especial y en descenso, y una de plata en slalom gigante.
Fuente: DURÁNTEZ, Conrado: Las Olimpiadas Modernas, Madrid. 2004, pág. 31 y ss.
CONRADO DURÁNTEZ
Es Presidente de Honor del Comité Internacional Pierre de Coubertin, Presidente fundador del Comité Español Pierre de Coubertin, Presidente fundador de la Asociación Panibérica de Academias Olímpicas y también Presidente fundador de la Academia Olímpica Española y Miembro de la Comisión de Cultura del Comité Olímpico Internacional hasta 2015. Ha intervenido en la constitución de más de una veintena de Academias Olímpicas en Europa, América y África. Su vocación por el Olimpismo ha sido proyectada en constantes y numerosas intervenciones en congresos mundiales, conferencias y simposios diversos, así como en la publicación de numerosos artículos en periódicos y revistas especializadas nacionales y extranjeras dedicados al examen y estudio del fenómeno olímpico.
Fuente vídeo: http://www.youtube.com
CITAS:
1 GRAUPERA, M. Hortensia: Olimpismo y política, pág. 105.
MCINTOSH, Peter: «Deporte y política: estudio de fondo», Revista Olímpica, 1978, pág. 430.
2 DURÁNTEZ, Conrado: El Olimpismo y sus Juegos, pág. 74.
3 DURÁNTEZ, Conrado: Juegos Olímpicos, la larga marcha, pág. 86.
4 MACINTOSH, Peter: Op. cit., pág. 427.
GRAUPERA, M. Hortensia: Op. cit., pág. 233.
5 MANDELL, Richard: Historia cultural del deporte, pág. 267.
6 DURÁNTEZ, Conrado: La Antorcha Olímpica, pág. 135.
7 DURÁNTEZ. Conrado: Op. cit., pág. 137.
8 DURÁNTEZ, Conrado: Juegos Olímpicos, la larga marcha, pág. 89.